miércoles, 19 de septiembre de 2007

EL DUEÑO DE LA PUERTA



Quizás no exista, en la historia de los oficios, tantos con orígenes tan remotos como el trabajo de portero. A primeras, si se trata de desandar el camino que se traza desde Juan, el portero de mi edificio hasta las raices que dieron nacimiento a su puesto, uno se topa con los primeros porteros, que a decir de Eduardo, el pelado de la suntuosa torre de enfrente "Llegaron por los cincuenta, de España, producto de la grave crisis que allí ponderaba. Eran casi todos gallegos". Sin ánimo de contradecir al hombre, me imagino que el oficio, en la Argentina, debe ser mas antíguo.

Tomando también en cuenta el aporte de Eduardo, seguimos desandando ese camino y nos encontramos quizas con esos gallegos, otros inmigrantes; mas atrás y internacionalizando la idea: guardias de fuertes, de abadías, de ciudadelas, de perímetros de tribus, en fin, un sin números de personajes que parados en la entrada de un lugar con la cara de bienvenida al mismo.


Pero un portero no es un guardia, sino quizás la figura de sereno sería más adecuada. El hombre de la puerta, que tampoco se confunde con el encargado, pero que aquí los vamos a tomar por iguales; cumple otras funciónes. "Yo me levanto todos los días a las 6 de la mañana, baldeo la vereda, limpio el hall, lustro todo lo de metal que veas y a eso del mediodía, reparto la correspondencia que se junto a la mañana. Me voy a comer, duermo una siestita, me levanto como a las cuatro de la tarde y limpio un poco más el hall y voy por ahi donde hace falta que cambien un cuerito, un foquito o algo similar. Cómo a las seis empiezan a llegar todos de sus trabajos y me quedo en la puerta para que la gente me vea y se sienta segura. Como a las ocho busco y saco la basura y ahi se termina mi jornada. Le doy todo el día". Comenta Juan, sanjuanino y portero de Palermo hace 35 años. Quien no tiene antecedentes en su familia de la profesión, tampoco Eduardo, portero hace 23 años.

Quizás el portero sea como el mayordomo de la burgesía devaluada del habitante de edificios, que lo tiene que compartir con sus vecinos. Pero la realidad es que es la pareja inseparable de la manguera, o del paño naranja y el bronce, cuando salimos temprano a trabajar. El ayudante indispensable de la estudiante soltera o la vuida, cuando se necesita mano en la plomería. El portero es, sobre todo, parte indisoluble del paisaje urbano en cualquier barrio porteño.

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